viernes, 31 de enero de 2020

Piel de lagarto




“…Y qué sé yo qué ha de ser de mí
si nada rima con nada…”
Alejandra Pizarnick


No dejo de mirar las gotas de lluvia agonizando en los cristales. Mi boca abierta es un hueco más entre tantos agujeros nocturnos.
Quiero contar las vueltas que da un gato negro sobre un papel de ribetes dorados y los senderos de luz de las farolas, se pierden en su pérfida mirada. No pienso echar andar hasta que el último grillo lea las penas callejeras en su insectívoro pentagrama. No sea cosa que la ley de gravedad de pronto ya no sea y el silencio desnude las esquinas.

Reniego de la inconsciencia de mis gestos. No son mis dedos caprichosos por deletrear los grises poros de las hojas amarillas. Es mi tráquea obstruida por el devenir de esta ausencia presente. No se si estoy en mí o si he dejado huellas en las células del aire.

Sabrás que los pasillos donde juega a la ronda tu sonrisa, huelen como las piedras del río. Húmeda mi nariz, escarba en los aromas de la memoria; persigo las corrientes y quiero saber si navego en mí o sólo soy náufrago de otras realidades. Nada reconozco en las profundidades; debajo de las piedras hay cangrejos que caminan hacia delante y almejas sin lengua y  no recuerdo  las señas particulares de mis fantasmas. 
¿Cómo reciclarás la piel, cómo descifrarás la química del deseo perfecto que sólo cabía en esas manos? ¿Si supieras dónde acaba el horizonte, conversarías con las nubes sobre la raíz cuadrada de tus miedos? Las paredes respiran con dificultad; desde las ventanas que miran hacia el  Sur no  es posible resistirse al guiño de los búhos.
¿Qué puedes saber sobre el minotauro, la fábula de las moras verdes o sobre el pastor que se aburre en el monte si el lobo no está?  Peter Pan le confesó a Blancanieves que todos eran apenas puro cuento de hadas. Se cuecen habas gigantes y se es feliz con sólo comer perdices. Pero no hay piel. Ni voces caracoleando orejas. No hay dolor.

En las bardas crecen ramitos de soles. “… se mezcla con media cucharada de agua de los lagrimales y una pizca del barro que se junta en las ranuras de las zapatillas cuando llueve a cántaros – sólo si, decía la abuela – y luego se bebe, de un solo trago, mordiendo un gajo de limón maduro” …-
 Y la piel se vuelve como de lagarto. Dura, gruesa. Ni siquiera es posible recordar el punzante latido del corazón cuando llora.



Del arcón de los primeros vuelos por la prosa poética
#safecreative

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