“…Y qué sé yo qué ha de ser de mí
si nada rima con nada…”
Alejandra Pizarnick
No
dejo de mirar las gotas de lluvia agonizando en los cristales. Mi boca abierta
es un hueco más entre tantos agujeros nocturnos.
Quiero
contar las vueltas que da un gato negro sobre un papel de ribetes dorados y los
senderos de luz de las farolas, se pierden en su pérfida mirada. No pienso
echar andar hasta que el último grillo lea las penas callejeras en su
insectívoro pentagrama. No sea cosa que la ley de gravedad de pronto ya no sea
y el silencio desnude las esquinas.
Reniego
de la inconsciencia de mis gestos. No son mis dedos caprichosos por deletrear
los grises poros de las hojas amarillas. Es mi tráquea obstruida por el devenir
de esta ausencia presente. No se si estoy en mí o si he dejado huellas en las
células del aire.
Sabrás
que los pasillos donde juega a la ronda tu sonrisa, huelen como las piedras del
río. Húmeda mi nariz, escarba en los aromas de la memoria; persigo las
corrientes y quiero saber si navego en mí o sólo soy náufrago de otras
realidades. Nada reconozco en las profundidades; debajo de las piedras hay
cangrejos que caminan hacia delante y almejas sin lengua y no recuerdo las señas particulares de mis fantasmas.
¿Cómo
reciclarás la piel, cómo descifrarás la química del deseo perfecto que sólo
cabía en esas manos? ¿Si supieras dónde acaba el horizonte, conversarías con
las nubes sobre la raíz cuadrada de tus miedos? Las paredes respiran con
dificultad; desde las ventanas que miran hacia el Sur no
es posible resistirse al guiño de los búhos.
¿Qué
puedes saber sobre el minotauro, la fábula de las moras verdes o sobre el
pastor que se aburre en el monte si el lobo no está? Peter Pan le confesó a Blancanieves que todos
eran apenas puro cuento de hadas. Se cuecen habas gigantes y se es feliz con
sólo comer perdices. Pero no hay piel. Ni voces caracoleando orejas. No hay
dolor.
En las
bardas crecen ramitos de soles. “… se mezcla con media cucharada de agua de los
lagrimales y una pizca del barro que se junta en las ranuras de las zapatillas
cuando llueve a cántaros – sólo si, decía la abuela – y luego se bebe, de un
solo trago, mordiendo un gajo de limón maduro” …-
Y la piel se vuelve como de lagarto. Dura,
gruesa. Ni siquiera es posible recordar el punzante latido del corazón cuando
llora.
Del arcón de los primeros vuelos por la prosa poética
#safecreative
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