jueves, 6 de febrero de 2020

Calle lateral



En la fría noche de Baltimore, el 7 de Octubre de 1849 alguien le dio muerte a Edgar Alan Poe.
 Digan lo que digan, él fue asesinado” – diría el informador, con la seguridad de quien sabe cosas que nadie quiere oír –.
Claro que esto suena absurdo, al menos a quienes conocemos las circunstancias de su muerte. ¿Las conocemos? Edgar jamás recuperó su lucidez lo suficiente como para explicar dónde había estado, qué le había ocurrido o cómo llegó a aquella calle de Baltimore; tampoco porqué vestía ropas que no eran suyas
Resultado de imagen para gato negroPor aquellos días, vivía en Killington un editor de nombre Rafas. Un tipo rígido, impulsivo, que tenía por costumbre maldecir a todas horas por cualquier nimiedad. Durante muchos años fue tipógrafo de la burguesía de Vermont y un día fue a Baltimore para asistir a una convención de editores, pretendiendo regresar a casa en pocas horas. Su familia se angustió al ver que no apareciera cuando lo esperaban. Al amanecer del siguiente día y cuando aún no clareaba, oyeron un fuerte golpe contra la puerta de la casa, y al abrirla reconocieron al viejo Rafas, casi desfallecido, en la entrada. Por toda vestimenta, unos antiguos calzones largos.
Lo ubicaron en el lecho y pretendieron aliviarlo, pero al reponerse del aturdimiento se puso como loco y murmuró cosas horrendas que pusieron carne de gallina a todos los presentes. Se prolongó esa paranoia hasta el siguiente día, cuando al final recuperó el juicio y exigió la presencia de un capellán.
Más tarde, después de una larga conversación con el Padre Henry, capellán de la Iglesia de Killington, Rafas convocó a toda la familia y les requirió una enfática promesa de que de ningún modo transitarían por cierta calle de Baltimore. No dio razón alguna para tal cosa. No dijo nada más y murió aquella misma noche.
Aún vive en Killington el único descendiente que quedó; no gasta palabras con referencia
a lo acontecido a su antepasado; sólo las necesarias.

“Era tan oscura la tal noche que no podía verse uno las manos heladas o el hálito que disipaba procurando calentarlas”.

La causa de la muerte de Edgar siempre fue un misterio. Las teorías sobre aquella noche han girado sobre supuestos variados: delirium tremens, ataque cardíaco, epilepsia, meningitis, cólera, ebriedad. Y también el asesinato.
“El luchó violentamente, alucinando y muy angustiado, por algún tiempo, hasta que logró escapar y corrió. Corría y tambaleaba por aquella calle tan larga como su agonía, y negra como un Gato Negro”

El cementerio parece prepararse cada año y en este último, momento de esta narración, una bruma intensa y tibia cubre el sector de la tumba de Edgar, aguardando la visita ya emblemática del brindador. Pero esta vez no hubo tal visita.
Y el único descendiente antes nombrado, termina siempre igual su breve crónica de los hechos…
Lo venció la evidencia de lo inminente. Las rosas tampoco perduran; lo único eterno es el recuerdo. ¿Y el coñac?… En el coñac flota la ausencia, tornándola menos virulenta”.-



Cuento Corto (2018)
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