domingo, 7 de junio de 2020

Sinfonía Fantástica


"El suspiro aún perdura en el aire. Alma errante queriendo tocar la luna..." 

Desde aquel suspiro de tiempo que fue su hogar antiguo en la única lágrima que ahora rodaba cuesta abajo lentamente, pudo contemplar miles de extraños monumentos en movimiento.

Eran muchos y eran pocos.  No es posible abarcar la inmensidad de un suspiro sino se sabe a ciencia cierta cuál es su primigenio y verdadero origen.

Sutil e imperceptible, a veces suele ser una vasta extensión sin colonizar.

Eran muchos y pocos a la vez - como decía - sencillamente porque lo mucho o poco tiene que ver con una contemplación subjetiva del universo.

Eran muchos, porque la ciudad a ciertas horas desborda de seres que pugnan por entrar o salir, estar o dejar de estar presentes, ser o no ser aprehendidos. Muchos seres; tantos que, en ocasiones, apenas se distinguen entre sí.

Y eran pocos, porque ninguna cantidad de humanidad es suficiente en este punto cardinal que hoy habita, límite sur de sus ganas - las de él o ella; éste o aquél - para completar el círculo de búsqueda que traza una vida a partir del primer llanto.

“...Ardiendo, ¡exigiendo que existas!”, dice por allí un feliz poema. Y feliz, no porque ría de la vida y goce, sino porque es un “goce” leerlo. Resulta curioso descubrir que de la misma manera que un virus contagioso se esparce en los organismos, hay emociones y angustias que se transmiten de unos a otros seres, sólo con posar los ojos, mariposas inocentes, en un puñado de palabras oportunas: las que parió el poeta, después de intensas noches de luna haciéndole el amor a sus musas.

Y el suspiro aún perdura en el aire. Alma errante queriendo tocar la luna...

¿Hay zapatos con tacos tan altos? Que te eleven con el vértigo de la pasión, pero sin provocarte náuseas; que te guíen sin torcerte los tobillos en las piedras del camino. Que te calcen como guantes de seda y resguarden tus pasos con el mismo coraje que se exige a los soldados en tiempos de guerra.

Ciertamente no.

No hay zapatos que calcen medidas standard de sueños, ni sueños para todo tipo de zapatos. Ni sólo un tipo de sueño. Tampoco cualquier sueño calza un zapato de cristal.  Y hablando de ésos, los de Cenicienta eran de cuero, a que no lo sabían...y si; hay errores de ortografía con tanto poder como para cambiar la historia. Es decir, los cuentos de hadas. -

Los sueños entonces tienen una dimensión directamente proporcional a la valentía de quien sueña y sólo ése, ningún otro ser, puede calzarlos a lo largo del trayecto entre su estreno y las pisadas, si acaso las hubiera, en el suelo de la realidad. El compás de los pasos lo marca el sonido de ese único instrumento que todos escuchan y no todos oyen: el latido del corazón.

Y así, todo fluye en el universo de las posibilidades: Mary Poppins puede volar con su paraguas, Gepetto sobrevivir en mitad del estómago de una ballena y Cenicienta bailar con zapatos de cristal sin que se rompan.

O de cuero, sin que se estiren.

Y el secreto, (¿el secreto de qué?) se resuelve aprendiendo a interpretar los latidos, a sembrar los sueños en la tierra más fértil y aprovechar el tiempo, sin mirar los relojes, un tiempo que, afortunadamente va, pero no vuelve...

¿Qué hay momentos en que el deseo de regresar en el tiempo es insoportable? Los hay.

Sin embargo, deshacer lo andado cada vez que dejamos caer un sueño que no florece, podría ser aún peor.

Regresarían también las mismas viejas lluvias de angustias y esas plomizas nubes de frustraciones que oscurecían días y más días; los persistentes vientos de incertidumbre que no dejaban en pie ni las pobres certezas del amanecer. Y volverían las tardes tristes cuando los flores de no me olvides del jardín lloraban penas en celeste. ¡Y aquellas noches!, narices frías, manos heladas, buscando vaya a saber qué estrella del norte, que fue perdiendo luz mientras una niñez de inocencia y aventura, abarcaba el cielo con increíbles fuegos artificiales.

Nada podemos objetar de lo que no ha sido. Y en cambio, todo lo que ya fue, definitivamente ha sido; intentar recuperarlo es un tiempo que muere antes de nacer.

Las fantasías se esconden de esas almas obscuras que bufan como toros solterones; ¿hay diferencias entre un bufido y un suspiro? ¡Ohhh si!!

La diferencia es abismal; casi insalvable. El silogismo es determinante: los que bufan no conocen la fantasía; los que suspiran en cambio, sueñan sin descanso, cuando descansan y también cuando no tienen descanso.

“¡Ay de ti, que soberbia vas mostrando, sin saber que estás soñando!”, dice Calderón de la Barca, en boca de Clotaldo, desde las páginas de “La vida es sueño”, aquel clásico que todos o tal vez - ¿solo unos pocos? - hemos leído alguna vez.

Y alguien mas dijo, “soñar no cuesta nada”; alguien mas, menos poeta que Calderón, pero no por eso menos soñador. Y si se piensa un poco con alas en lugar de brazos ¿No es genial que algo en esta vida sea gratis y no tengamos que soportar largar colas para alcanzar la promoción o terribles ataques por parte de los medios de comunicación a nuestros exhaustos sentidos, pugnando por convencernos de lo bueno y saludable que resulta soñar?

No hay que exagerar tampoco. Porque, tanto que va el suspiro por la calle, soñando, soñando:

¡PUM!, termina siendo apenas una sombra que se extiende indecente sobre el pavimento. Ningún vicio es buen consejero. No es lo mismo soñar con tocar la luna que encapricharse en ello; primero conviene ir tanteando las ramas de un paraíso.

 ¿Y eso qué significa?

Elemental mi querido Watson”, diría Sherlock Holmes con esa simpática soberbia de aquellos que están de vuelta. Claro como el agua si lo piensas con alas en lugar de brazos. Elemental porque cuando tocas los bordes de un balcón y la seguridad de ese límite te relaja, ¿no sientes ganas de cerrar los ojos y volar?

Abandonar los sentidos a una sinfonía fantástica: oler aromas que se extrañan, sentir caricias que se anhelan, saborear el mañana, tocar los cabellos del sol y ver, con los ojos “sobre” el alma.



 Borrador original, 2005, corregido 2020


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