Desde
aquel suspiro de tiempo que fue su hogar antiguo en la única lágrima que ahora
rodaba cuesta abajo lentamente, pudo contemplar miles de extraños monumentos en
movimiento.
Eran muchos y eran pocos. No es posible abarcar la inmensidad de un
suspiro sino se sabe a ciencia cierta cuál es su primigenio y verdadero origen.
Sutil e imperceptible, a veces suele ser una vasta
extensión sin colonizar.
Eran muchos y pocos a la vez - como decía -
sencillamente porque lo mucho o poco tiene que ver con una contemplación
subjetiva del universo.
Eran muchos, porque la ciudad a ciertas horas
desborda de seres que pugnan por entrar o salir, estar o dejar de estar presentes,
ser o no ser aprehendidos. Muchos seres; tantos que, en ocasiones, apenas se
distinguen entre sí.
Y eran pocos, porque ninguna cantidad de humanidad
es suficiente en este punto cardinal que hoy habita, límite sur de sus ganas -
las de él o ella; éste o aquél - para completar el círculo de búsqueda que
traza una vida a partir del primer llanto.
“...Ardiendo, ¡exigiendo que existas!”,
dice por allí un feliz poema. Y feliz, no porque ría de la vida y goce, sino
porque es un “goce” leerlo. Resulta curioso descubrir que de la misma manera
que un virus contagioso se esparce en los organismos, hay emociones y angustias
que se transmiten de unos a otros seres, sólo con posar los ojos, mariposas
inocentes, en un puñado de palabras oportunas: las que parió el poeta, después
de intensas noches de luna haciéndole el amor a sus musas.
Y el suspiro aún perdura en el aire. Alma errante
queriendo tocar la luna...
¿Hay zapatos con tacos tan altos? Que te eleven
con el vértigo de la pasión, pero sin provocarte náuseas; que te guíen sin
torcerte los tobillos en las piedras del camino. Que te calcen como guantes de
seda y resguarden tus pasos con el mismo coraje que se exige a los soldados en
tiempos de guerra.
Ciertamente no.
No hay zapatos que calcen medidas standard de
sueños, ni sueños para todo tipo de zapatos. Ni sólo un tipo de sueño. Tampoco
cualquier sueño calza un zapato de cristal.
Y hablando de ésos, los de Cenicienta eran de cuero, a que no lo
sabían...y si; hay errores de ortografía con tanto poder como para cambiar la
historia. Es decir, los cuentos de hadas. -
Los sueños entonces tienen una dimensión
directamente proporcional a la valentía de quien sueña y sólo ése, ningún otro
ser, puede calzarlos a lo largo del trayecto entre su estreno y las pisadas, si
acaso las hubiera, en el suelo de la realidad. El compás de los pasos lo marca
el sonido de ese único instrumento que todos escuchan y no todos oyen: el
latido del corazón.
Y así, todo fluye en el universo de las
posibilidades: Mary Poppins puede volar con su paraguas, Gepetto sobrevivir en
mitad del estómago de una ballena y Cenicienta bailar con zapatos de cristal
sin que se rompan.
O de cuero, sin que se estiren.
Y el secreto, (¿el secreto de qué?) se resuelve
aprendiendo a interpretar los latidos, a sembrar los sueños en la tierra más fértil
y aprovechar el tiempo, sin mirar los relojes, un tiempo que, afortunadamente
va, pero no vuelve...
¿Qué hay momentos en que el deseo de regresar en
el tiempo es insoportable? Los hay.
Sin embargo, deshacer lo andado cada vez que
dejamos caer un sueño que no florece, podría ser aún peor.
Regresarían también las mismas viejas lluvias de
angustias y esas plomizas nubes de frustraciones que oscurecían días y más
días; los persistentes vientos de incertidumbre que no dejaban en pie ni las
pobres certezas del amanecer. Y volverían las tardes tristes cuando los flores
de no me olvides del jardín lloraban penas en celeste. ¡Y aquellas noches!,
narices frías, manos heladas, buscando vaya a saber qué estrella del norte, que
fue perdiendo luz mientras una niñez de inocencia y aventura, abarcaba el cielo
con increíbles fuegos artificiales.
Nada podemos objetar de lo que no ha sido. Y en
cambio, todo lo que ya fue, definitivamente ha sido; intentar recuperarlo es un
tiempo que muere antes de nacer.
Las fantasías se esconden de esas almas obscuras
que bufan como toros solterones; ¿hay diferencias entre un bufido y un suspiro?
¡Ohhh si!!
La diferencia es abismal; casi insalvable. El
silogismo es determinante: los que bufan no conocen la fantasía; los que
suspiran en cambio, sueñan sin descanso, cuando descansan y también cuando no
tienen descanso.
“¡Ay de ti, que soberbia vas mostrando, sin
saber que estás soñando!”, dice Calderón de
Y alguien mas dijo, “soñar no cuesta nada”;
alguien mas, menos poeta que Calderón, pero no por eso menos soñador. Y si se
piensa un poco con alas en lugar de brazos ¿No es genial que algo en esta vida
sea gratis y no tengamos que soportar largar colas para alcanzar la promoción o
terribles ataques por parte de los medios de comunicación a nuestros exhaustos
sentidos, pugnando por convencernos de lo bueno y saludable que resulta soñar?
No hay que exagerar tampoco. Porque, tanto que va
el suspiro por la calle, soñando, soñando:
¡PUM!, termina siendo apenas una sombra que se
extiende indecente sobre el pavimento. Ningún vicio es buen consejero. No es lo
mismo soñar con tocar la luna que encapricharse en ello; primero conviene ir
tanteando las ramas de un paraíso.
¿Y eso qué
significa?
“Elemental mi querido Watson”, diría
Sherlock Holmes con esa simpática soberbia de aquellos que están de vuelta.
Claro como el agua si lo piensas con alas en lugar de brazos. Elemental porque
cuando tocas los bordes de un balcón y la seguridad de ese límite te relaja,
¿no sientes ganas de cerrar los ojos y volar?
Abandonar los sentidos a una sinfonía fantástica:
oler aromas que se extrañan, sentir caricias que se anhelan, saborear el
mañana, tocar los cabellos del sol y ver, con los ojos “sobre” el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario